De donde yo vengo.
La gente está hecha de lugares. A todas partes llevan,
retazos de montañas, selvas, bellezas tropicales,
o la mirada tranquila de los que observan el mar.
La atmósfera de las ciudades,
qué diferente se destila en ellas, como el olor de la contaminación
o la casi falta de fragancia de los tulipanes en primavera,
la naturaleza impecable, trazada en pequeños cuadros perfectos
y en el centro un manantial; y el olor del museo,
el arte también impecable, ordenado como siguiendo un manual;
o el olor del trabajo, fábricas de pegamento quizá,
oficinas dentro de pequeños cubículos; el olor a transporte público
lleno de gente en las horas pico.
De donde yo vengo, la gente
lleva la madera grabada en sus mentes,
hectáreas de bosques de pinos;
brotes de arándanos sobre los arbustos secos,
granjas de madera, viejas y despintadas
con patios donde los pollos y las gallinas corren en círculos,
cacareando sin sentido; las violetas crecen
detrás de las escuelas, viejas y maltratadas.
El invierno y la primavera
son las estaciones que gobiernan la mente: el hielo y el deshielo.
Una puerta en la mente se abre con el viento y esos vientos
soplan la escarcha helada de los campos de nieve.