Enero 2023 – Canadá Periódico CORREO canadiense.
Hay varias cosas que me molestan, por ejemplo: la gente impuntual, la cancelación de una reunión que lleva tiempo organizándose, los elogios a mis textos sin haberlos leído; que prometan que me van a llamar y no lo hagan, que la gente no salude…Sí, que no saluden como se debe, para mí es motivo de rabia.
«Y si no saludan, que te resbale», me aconsejan, pero a mí no me resbala. Es algo así como ese ardor que queda en la piel expuesta al sol por largo tiempo: se enrojece, dura varios días y da coraje no haber usado el protector solar.
Creo que a veces quisiera ser como esa gente que no saluda. Llegar a un lugar o encontrarme con alguien en la calle y evitar, a propósito, las miradas. Digo que a veces sí quisiera ser así, para provocar yo esa rabia; ser yo la que ignore, la que rechace. Pero al final, soy yo la que busca la mirada y provoca el saludo. Al final, soy yo la que extiende la mano para apretar fuerte o abre los brazos para el saludo latino; a veces con beso y todo. Porque creo que así tenemos que acercarnos, de manera afectuosa, con un abrazo fuerte y demorado, sobre todo, con aquellas personas con las que compartimos familia, sangre, una historia o una amistad sincera.
Desde tiempos antiguos, la importancia del saludo nos ha definido dentro de una cultura. Los españoles dan dos besos, uno a cada lado del cachete; los latinoamericanos, un beso con abrazo; los japoneses inclinan ligeramente la cabeza. En Nueva Zelanda, el saludo tradicional de los maoríes, una etnia polinésica, es el “hongi” que consiste en frotar las narices y respirar entre quienes saludan. Es de tal importancia el hongi que, según la leyenda, se le atribuye la creación a la primera mujer. Tane, el dios del bosque y de la luz, moldeó una figura humana de barro y arena; luego la abrazó y respiró a través de su nariz. La figura, entonces, estornudó y así cobró vida la primera mujer.
Aquellos que hemos sido expuestos al rechazo del saludo, y entiéndase por saludo, a dirigirse a alguien al encuentro o a la despedida, quedamos de alguna manera faltos de ese aliento de vida. Decir “adiós”, es plantear la posibilidad de no volverse a ver y ante esa terrible eventualidad vale la pena un abrazo entre ambos. Decir “hola”, en cambio, es el milagro de volverse a reunir.
A la luz de una nueva oportunidad, después de la época de aislamiento por la pandemia, convendría valorar el contacto entre las personas para darle la importancia que tiene el saludo.
Maria Fernanda Rodríguez